¿Quién me iba a decir a mí que perder un vuelo me iba a cambiar tanto mi perspectiva de la vida…?
Septiembre de 2021. Me disponía a (intentar) volver de un agitado y emocionante viaje a Atenas. Aquí la palabra clave es intentar. Venía de pasar unos días estupendos en Grecia, pero mis responsabilidades en España me pedían a gritos que volviera a casa de una vez. Lo intenté, lo juro. Pero supongo que la vida tenía algo mejor preparado para mí. Una aventura increíble en la que jamás pensé que podría embarcarme de manera tan aleatoria.
Haber vivido un año sola en Francia me hizo muy independiente y me acostumbró a llevar un estilo de vida dinámico, emocionante y espontáneo. Me aficioné a viajar sola por el mundo. Lo divertido era no llevar ningún plan específico. Encontré el encanto de perderme por ciudades, países e incluso continentes nuevos para encontrarme a mí misma. Aprender a estar a solas con mi propia compañía, abrirme y hacer amigos nuevos, y volver a casa con mil y una historias que contar. Es realmente terapéutico, y aún recurro a ello de vez en cuando, cuando necesito que corra la adrenalina por mis venas.
Antes de embarcar en mi avión desde Eleftherios Venizelos, en el aire ya se respiraba a través de la mascarilla un aire algo incómodo. No sabía exactamente qué iba a ocurrir, pero tenía el presentimiento de que las cosas no iban a salir acorde con mis planes. Este sentimiento me acompañó hasta el momento en el que era hora de embarcar en el avión. Se creó una cola abrumante que me causó bastante preocupación. Pasaban los minutos, y los trabajadores de la aerolínea iban de un lado a otro de forma frenética con aires de preocupación. Aquí es donde pensé: “¿qué te apuestas a que pierdo mi vuelo de conexión?”. Quizá no tendría que haberlo pensado, porque fue exactamente lo que ocurrió.
Finalmente el vuelo fue capaz de despegar, pero para cuando yo llegué al aeropuerto de Malpensa, mi vuelo a Valencia había despegado hacía menos de diez minutos. Y… ¿qué hace una joven de veinte años que acaba de perder sus ahorros y se halla sola en una ciudad nueva, sin conocer a nadie, y lo más importante: sin vuelo de vuelta a casa hasta el día siguiente por la noche? Lo primero, echarse a llorar. Llamar por teléfono y que me mantuvieran a la espera lo que parecían horas. Intentar reclamar a la aerolínea. Nada funcionaba. Tenía varias opciones para volver a Valencia ese mismo día. Autobuses, trenes, coches compartidos… Pero claro. Recorrer 1350 kilómetros por tierra me iba a costar el doble de horas que viajar a Nueva York en avión. Poco me apetecía.
Ahí fue cuando me sequé las lágrimas que habían estado saliendo por mis ojos a causa de la rabia que me provocado vivir esta injusta situación, y saqué mi portátil en medio del aeropuerto para organizarme y ver mis opciones. Estuve varias horas pensando, hasta que me decidí.
¿Por qué no aprovechar que estoy en Milán y quedarme unos días aquí? La idea me tentaba mucho, pero no quería ser irresponsable con mis estudios. Cuando me puse a investigar más a fondo, me di cuenta de que había muchísima demanda en los hoteles milaneses. Ahí fue cuando recapacité y pensé que lo más sensato era volverme a casa lo antes posible.
Pero… algo me dijo que investigase más. Después de varias búsquedas en todas las comparadoras de precio de la web, no sólo encontré el alojamiento perfecto para mí, sino que descubrí que la misma mañana siguiente, para mi sorpresa, comenzaba la Fashion Week de Milán.
Y así fue como mi decisión fue tomada en un abrir y cerrar de ojos. Reservé una habitación y acto seguido cogí un tren al centro de la ciudad. Por mi cuerpo recorría una sensación que me indicaba que había tomado la decisión correcta, aunque aún no conocía el porqué.
Nada más llegar, volví a abrir mi ordenador y me dispuse a enviar correos a todos los eventos de moda que iban a tomar lugar en los próximos días. Pensando, por supuesto, que nadie querría invitar a una periodista novel que ni siquiera había terminado sus estudios todavía. Las grandes marcas no iban a querer invitar a un ‘don nadie’ a sus eventos que tienden a ser algo elitistas, lujosos, y, por supuesto, altamente exclusivos. Cerré mi ordenador, teniendo claro que jamás recibiría contestación alguna, y con él, se cerraron mis ojos cansados.
Me desperté algo desorientada, aunque había tenido un sueño de lo más reparador. Me metí en la ducha y me arreglé. No tenía ningún plan y tampoco conocía a nadie en la ciudad. Pero ya que estaba aquí, en lo que para mí es el evento más emocionante posible, por supuesto tenía que exprimirlo al máximo.
Paseé por las hermosas calles perfectamente esculpidas y pulcramente limpiadas y me sentí realmente inspirada. La catedral del Duomo y la Galería Vittorio Emanuele II me robaron el corazón. En mitad de mi paseo, un pequeño presentimiento que pasaba por mi cabeza me instigó a que echara un vistazo a mi correo electrónico.
Y ahí lo tenía. 21 de septiembre de 2021. 15:19 horas. 110 caracteres y apenas 20 palabras.
“ Querida Maite,
He puesto tu nombre en la lista para estar de pie pero lamentablemente no tenemos asientos disponibles.
Un saludo,
Tariel ”
Ojalá tener la oportunidad de poder vivir una experiencia igual 😍